Va siendo hora de rendir cuentas.
Después de treinta seis inviernos me veo en
la necesidad de defender este ampuloso
discurso que orbita alrededor de mi descuidada
apariencia.
Mancho todo lo que toco y el fracaso me ronda
desde que tengo uso de razón.
Nunca destaque en casi nada.
Siempre me pudo el ansia y la paciencia se deshizo
de mi a la vuelta de mi infancia.
Los estudios y el deporte se me antojaban solo
para algunos privilegiados, y nunca me intereso nada
que no estuviera a medio palmo de mi cara.
Con la adolescencia llegó el humo y el vicio,
y tire por el retrete el sinfín de virtudes que mis
padres habían gestado con sus miradas.
Por permitirmelo les debo lo que soy, y este
relato que a duras penas logrará conmoverte.
Fumo y bebo mas de lo que debería, casi siempre
menos de lo que quiero, y es que hay que cuidarse.
He defraudado a mis hijas y hecho llorar a mis padres,
desesperado a mis hermanos y he construido y derrumbado
el zaguán que regentaban las mujeres de mi vida
Me he drogado, he jodido, he llorado y he cantado
La noche me ha abofeteado hasta dejarme
extasiado, y la simbiosis con mi hígado siempre
me permitió ser el primero en ver las claras
del alba.
Esto es lo único que me mantiene alerta.
Las letras siempre fueron para mal las que
nunca desdeñaron mis ideas, y me enseñaban
a priorizar entre los lánguidos barrotes de mi
jaula .
Esto no es un adiós, ni siquiera un hasta luego.
Es el comienzo del final de mi vida, y esto
que estas leyendo, serán por siempre
las dudas en
el vuelo del
suicida…