El camarlengo de mi polígono ejecuta
fielmente el sacramento de la eucaristía
como cada dia.
Sirve en balas de cristal las dosis de licor
anisado que mi camarada y yo necesitamos
para afrontar el aire de la nave, que se nos
antoja denso, como el perfume de un club
a las seis de la mañana.
Atrapo el cesto de mimbre repleto de maná,
y ofrezco un pedazo al loro que regenta
una celda no mucho más grande que la mía.
Lo picotea, se atraganta y tose.
Ese bicho tiene una tos que haría cantar ópera
al mismísimo Sabina.
Es lo que tiene la vida del bandolero de la
madrugada, del que muere antes de nacer.
-Vamos que nos vamos…
-Tomate otra coño!!
-No, Jaro, mañana que no llegamos
Salimos fuera, la calle esta mas muerta que
el parque piojo, y un aire frío que hiede a
manzanilla y tubo de escape, nos va marcando
el camino.
Mi compadre me mira, con los ojos más sinceros
que haya visto jamas, y me golpea la espalda.
Me da un cigarrillo y tose (mi compadre), el licor
ya ha hecho efecto.
La mirada al frente y los principios fuera.
Ya nos vamos
Ya nos está llamando
la sirena
del averno…