Quizás porque eras de corazón noble
(esas cosas se notan)
no pudiste escoger tu propia derrota.
Llenabas de hollín y barro los aleros
y te vaciabas el corazón en cada alborea
fuiste la pana y el charco de cada aguacero
la mula que tira del carro repleto de pena.
La lágrima melífera que rompe en la orilla
no pienses que este loco la olvida
que los ojos miopes que habitan mirillas
saben más de borrones que mis manos de tinta.
A los hijos de tus hijos tan vacíos de alma
dales un disparate y un reloj de arena
que tachen las horas del orgasmo de la cena,
que aviven el color cecina en las mañanas.
Ve tranquilo, no sudes compañero
lo que acaece,
que el almanaque de tí ya está lleno,
que aletea la borboleta
en el árbol de la memoria
que en tus cenizas crece…